En Chile, cuando los niños están afligidos por alguna situación que no entienden o no controlan hacen pucheros, un gesto facial reconocible que presagia la llegada de las lágrimas.
Antes de que sea evidente el llanto y se desborde la situación, las madres, con su infinita sabiduría, anticipan la tormenta y los abrazan de inmediato, conteniendo de esta manera, con afectos y arrumacos, a su hijo o hija.
En estos fríos días de invierno extraño los abrigadores brazos de mi madre y su voz que traía calma a mis pueriles aflicciones. Asimismo, pienso que ese podría ser el santo remedio para destrabar las estancadas relaciones entre oficialismo y oposición.
Faltando un poco más de un mes para la conmemoración del cincuentenario del golpe de Estado de 1973, la derecha se taimó y trata por todos los medios de justificar lo injustificable, de ocultar lo evidente, de culpar a las víctimas del horror infligido por los traidores y cobardes, de insistir en el “algo habrán hecho”, de encontrarle un sentido al sinsentido.
El Presidente Salvador Allende decía el 2 de diciembre de 1972, en su recordado discurso a la comunidad académica de la Universidad de Guadalajara, que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, signando de esa forma que la juventud es el momento de los idealismos, de querer cambiar activamente un mundo que oprime y reprime. Pero también les recordaba a las juventudes universitarias mexicanas, de izquierdas y derechas, la responsabilidad que tienen en la construcción de una sociedad nueva, más justa y solidaria.
Traigo a colación sus palabras porque están vigentes y calzan perfectas con el ambiente enrarecido de este tiempo, similar al que vivimos los primeros años de la década de los setenta, cuando la derecha refractaria -aliada con la Democracia Cristiana y grupúsculos escindidos del radicalismo- le negó desde el primer momento el pan y la sal al gobierno electo democráticamente.
Hoy, ese mismo sector reaccionario repite la fórmula y estrangula el mandato del Presidente Boric con tácticas extraídas del baúl de la historia y desempolvadas con pulcritud para presentarlas al país como nuevas y relucientes, aunque un ojo medianamente entrenado detecta de inmediato el brillo lustroso de lo desgastado y los planes a punto de descoserse.
Aun así, insisten majaderamente en la desestabilización y se taiman y hacen pucheritos cuando no les resultan las acusaciones contra ministros y ministras, cuando fracasan en el Tribunal Constitucional y también en sus constantes intentos para desprestigiar de cualquier manera a quienes intuyen podrían liderar procesos progresistas más adelante.
En eso están la UDI, Renovación Nacional, Republicanos y algún otro partido satélite que circunda la órbita conservadora con el rótulo de liberal.
Sus dirigentes -aún jóvenes, tanto como los gobernantes actuales- no han aprendido nada cuando machacan y machacan, golpean puertas e involucran a las instituciones permanentes de la República en asonadas sin destino, que solo desgastan a la democracia y desvían a las autoridades de su labor principal: cumplir el programa de gobierno y satisfacer las demandas de la ciudadanía.
En eso están quienes rechazaron la invitación de Boric a firmar una declaración transversal que diría claramente que “un golpe de Estado es inaceptable y que nada, ni las diferencias más agudas, justifica la violación de los derechos humanos de quien piensa distinto ni de nadie”.
En ese peligroso y preocupante “apriete” están los autores de la destemplada carta que exige la inmediata destitución o renuncia del ministro de Desarrollo Social, Giorgio Jackson, en medio del caso convenios y de la investigación del robo que afectó a ese ministerio.
Tal como lo hicieron hace cincuenta años los antecesores del gremialismo actual, cuando pedían la intervención de las Fuerzas Armadas, los jóvenes-viejos de hoy argumentan que su partido está “sintonizando con lo que piensa la gran mayoría de Chile en este momento político”.
Al igual que ayer, el mesianismo que caracteriza la cruzada derechista da para todo, incluso para arrogarse la representación de la “gran mayoría de Chile”, con el objetivo de acusar, insultar, injuriar y calumniar. Esta semana están en la etapa de la negación y la rabia, pero pronto se taimarán y volverán los pucheritos.
Así ha sido y así será.