La Patagonia es protagonista de un nuevo experimento social y está ocurriendo en nuestras narices. Si en los 80 un grupo de egresados de las principales universidades americanas, llamados los Chicago Boys, dieron rienda suelta a sus apetitos académicos en un Chile gris, poco poblado y gobernado por Augusto Pinochet, hoy el ensayo es otro e incluso más profundo por sus consecuencias a futuro.
El sur de Chile y la Argentina se convirtió en objeto de deseo para un puñado de millonarios norteamericanos con delirios mesiánicos que nunca se han preocupado en detenerse en el doble estándar de su discurso moralizador.
Su obsesión es salvar al planeta pero ¿de quién específicamente? Pues, de la humanidad ¡claro está! Y cómo es más difícil y más caro convencer a un canadiense que a un funcionario o un ecologista chileno de que las personas son las que sobran en este planeta, se vinieron para el sur, como diría el músico argentino Kevin Johansen.
Para gente como Douglas y Kris Tompkins, Hansjörg Wyss, Susan y David Rockefeller y el dueño de Patagonia Inc. Yvon Chouinard, quien no duda en demandar a cualquiera que utilice la palabra Patagonia vinculada a una tela de ropa, sea artesanal o no, la Patagonia es efectivamente la última esperanza, pero no de la humanidad sino de la Tierra.
Son la antítesis de Bruce Chatwin, el autor de “In Patagonia”, quien desgranó en su famoso libro los mitos del sur del mundo que se amparaban bajo la sombra de las montañas y glaciares. A Chatwin le gustaba la gente, mientras a esta banda de ricachones delirantes, la sola presencia de un baqueano y su caballo en el horizonte les agria el gesto. Les arruina el día.
Entonces no extraña que Chouinard se pretenda dueño de la “Patagonia” o que Fundación Rewilding de los Tompkins expulse a los lugareños y a sus animales de los campos que adquieren para luego cauterizarlos en su uso. Por eso, los Rockefeller realizaron el encuentro anual de su poderosa ONG Oceana en Puerto Natales y no mantuvieron ningún contacto con los vecinos aunque el lobby brutal que desarrolla Oceana afecta de pleno en la calidad de vida de los habitantes del pueblo. Por eso, cuando el velero Witness, tan promocionado, tan verde y moral, amarró en esta misma localidad, sus tripulantes se negaron a bajar para dialogar con los trabajadores y representantes kawéskar que los esperaban. Ellos no dialogan, están muy por encima de algo tan trivial. Tan bajo.
En los últimos años he escuchado en numerosas ocasiones la pregunta ¿Pero qué quieren en realidad? Si la respuesta fuera lógica sería más sencillo de explicar y de entender.
Contrariamente a lo que muchas veces se pensó y se dijo en los 90, este grupo de multimillonarios, cuyo patrimonio es el doble del PBI de Chile y casi el total del PBI de la Argentina, no vienen por el agua. Su conquista va por absolutamente todo, excepto la cultura instalada en el lugar. De la misma manera que en 1492, Colón y sus secuaces buscan primero el oro y especias. Los demás estaba muy atrás en su lista.
Es decir, vienen por la naturaleza no por lo que representan las personas y esto implica que no están interesados en la cultura ancestral, ni en los pescadores artesanales, ni en los antiguos colonos y sus descendencias, ni en banderas y mucho menos en un concepto tan odioso para ellos como la Patria.
El plan permanece sobre la mesa y se va ejecutando frente la mirada perruna, perezosa, indiferente de funcionarios políticos de todo orden de Chile y la Argentina y con los buenos deseos del gobierno de Gabriel Boric.
No se lo puede apuntar sólo a este joven mandatario puesto que ONGs como PEW, WWF, Greenpeace, Oceana, entre otras, todas acompañadas por los magnates verdes, hace décadas que intermedian en la política ambiental chilena. En la Argentina, ni hablar. Lograron aislar a Tierra del Fuego en un cerrar de ojos.
¡Que ironía descomunal! Cuesta imaginarse que en Noruega o Finlandia acepten los consejos de un ciudadano chileno o de un porteño de Almagro acerca de cómo deben administrar sus reservas naturales.
Mientras los millonarios verdes exhiben su moralina pegajosa y hueca, se compran la mitad de Chile y aspiran a una porción inmensa de la Argentina. Sellan al vacío el enorme potencial de desarrollo de ambos países. Son ricos nihilistas que condenan a la pobreza a millones de personas justamente porque las personas no forman parte de su ecuación matemática.
En un futuro no lejano ambas naciones observaran con mayor espanto cómo su soberanía llega hasta el límite del gran Parque Nacional en la Patagonia que manejarán Rewilding y sus descendientes, o como quiera que hayan bautizado para entonces el extremo de los mapas.