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Ahora, la economía y la razón (Por Claudio Andrade)

La economía chilena, por tradición, no tiene mayores trucos ni sobresaltos. De este modo no es difícil comprender para cualquiera que en la última década fue deteniendo la fuerza de su empuje, el que le conocimos en los 90 y que alcanzó más allá del 2000.

El creciente precio del cobre atado al desarrollo tecnológico, la explosión del negocio del salmón y la trucha, el avance exponencial de la fruta, contribuyeron en estos años al ingreso de dólares frescos y constantes (en la actualidad más de USD 100.000 millones por año) y a la generación de empleo (la salmonicultura inyectó al mercado laboral cerca de 90 mil puestos laborales).

Sin embargo, Chile pudo haber hecho bastante más por sí mismo y no ocurrió.

Se sabe que en el universo de los negocios quien sólo se mantiene, pierde. Escalar es el gran desafío de las economías modernas.

Con índices que marcan crecimientos anuales del 1,8% al 2,5% en el mejor de los casos, con fuga de capitales para inversión local que en 2024 superaron los USD 2000 millones, con de 122 proyectos aguardando superar la selva de la permisología por un monto total que rondaría los USD 100.000 millones, Chile se encuentra estancado, superado por su propia burocracia y rendido a una suerte de sin sentido. Como si hubiera perdido su vocación capitalista.

Que la cifra de inversiones paradas por la burocracia estatal sea igual al de sus exportaciones no deja de ser una coincidencia y un triste síntoma.

A lo largo del periodo del presidente Gabriel Boric, las discusiones acerca de la producción en general (casi como si el mundo empresarial fuera un contendiente y no un aliado) y de Magallanes en particular se volvieron bizarras. El propio mandatario se puso al frente de una campaña en contra de la actividad salmonera en Magallanes al declarar que debían salir de la zona de Reservas. Un hecho que habría provocado un desastroso efecto dominó en la industria.

La andanada en contra siguió bajo el impulso de las ONGs, con la complicidad de funcionarios claves, que alimentaron los reclamos familiares de miles y miles de hectáreas en el marco de la Ley Lafkenche en todo el sur del país. Y continuó con la irrupción en organismos públicos, donde se redactaba una nueva ley de Pesca, de personajes vinculados a las ONGs más radicalizadas que tienen como claro propósito convertir a la Patagonia en un territorio despoblado y de uso exclusivo de una elite.

Todos sabemos que a eso apuntan estos grupos alimentados por millonarios mesiánicos que conservan sus propios planes para Chile.

La salmonicultura ocupa apenas 2000 hectáreas de un total de más 10.000.000 que posee la región de Magallanes. Utiliza la más alta tecnología para su producción donde es líder mundial, además, el consumo de trucha y salmón se intensifica en países como Estados Unidos y Japón países que exigen los mayores estándares de calidad para el ingreso de productos alimenticios. Aun así, el reclamo en su contra apunta a situaciones que hacen pensar en mitos cuando no en mentiras.

Mucho de esto hemos visto en la región y en el resto de Chile también contra la minería, el desarrollo de proyectos de energía, inmobiliarios, tecnológicos. La sinrazón ensombreciendo las posibilidades de la razón. La estupidez militante apagando el fuego del desarrollo económico.

La herida que sufre hoy Chile en su economía, la pérdida de competitividad, es primero que nada, un problema nacional, auspiciado por políticos delirantes que imaginan que los recursos del presupuesto nacional caen del cielo. Mientras tanto el Estado y los impuestos no paran de crecer. ¿Quién paga esa cuenta? ¿Se justifica el millón de empleados estatales?

Magallanes tiene todos los elementos para convertirse en una de las primeras regionales desarrolladas de Chile. Posee una matriz económica singular: turismo, acuicultura, pesca, campo. Y podría sumar tecnología y energía en un cuadro lógico.

Nuestro modelo debería ser Noruega, Corea del Sur, no Cuba o Venezuela mal que le pese a la clase política de izquierda reconvertida a woke.

Esperemos que la nueva conducción política, liderada por José Antonio Kast, lo observe y actúe en esa dirección.