“Siete cambios tiene la noche”, decía mi abuelo mientras miraba el cielo y adelantaba el pronóstico del día siguiente.
La sentencia, repetida una y otra vez en los campos de la zona central, alude a los estudios de San Isidoro de Sevilla, quien postuló que la noche pasaba por siete estaciones: vesper, crepusculum, conticinium, intempestum, gallicinium, matutinum y diluculum.
Hasta ahora me produce algo de desasosiego constatar los cambios, a veces vertiginosos, que se producen en pocas horas, sin que ningún meteorólogo haya podido preverlos, ni siquiera recurriendo a los satélites.
Pero esa mudanza ancestral, propia de la naturaleza, también se reproduce en un candidato a La Moneda, que nos sorprende con la rapidez que cambia de caretas para esconder su verdadero rostro.
Sin ir más lejos, esta semana lo he visto transitando impúdicamente por el travestismo, incluso apropiándose de los ropajes ideológicos de otros para lucir renovado y dispuesto a liderar el proceso de cambios estructurales que Chile ganó en las calles, mientras él se informaba por televisión del estallido social.
Me refiero a Sebastián Sichel, candidato presidencial de Chile Vamos, quien intenta desmarcarse del aparataje partidario y del gobierno de Piñera, que lo tuvo como ministro de Desarrollo Social y activo colaborador.
Hoy, apelando a la desmemoria ciudadana, se presenta como independiente de centro y moderado, atributos reñidos con su trayectoria plagada de saltos, que obedecen más bien a los intereses de los grupos fácticos que lo apoyan y no a los de la ciudadanía que espera las transformaciones de fondo que deben surgir del trabajo de la Convención Constitucional.
Fruto del marketing mediático de sus padrinos y madrinas, el relato de Sichel clava el ancla en su origen humilde y esforzado, aunque no hay que sacudir mucho la alfombra de su impostada meritocracia para que asomen en su equipo cercano de colaboradores los personajes que representan a lo más rancio de la derecha chilena.
Ahí está, por ejemplo, el diputado Tomás Fuentes, militante de Renovación Nacional (RN), quien ingresó al Congreso por decisión de su partido, en reemplazo de Marcela Sabat, que ocupó la plaza dejada en el Senado por Andrés Allamand, quien a su vez fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores.
Es a través de Fuentes, ex jefe de gabinete de Allamand y su brazo derecho, que el ala más conservadora de RN, que tiene como adalid y mecenas a Carlos Larraín, le dio su bendición al ex democratacristiano Sichel, en desmedro de Mario Desbordes, representante oficial de ese partido en la reciente elección primaria presidencial, quien terminó pagando con su derrota la osadía de una derecha más social, situada en la antípoda de los intereses del empresariado.
Pero Fuentes no es el único que ayuda a configurar el disfraz del candidato, ahora también saltaron a escena los operadores de siempre, cuyos apellidos los delatan y los sitúan en otros escenarios similares, casi como un déjà vu.
Ahí están sobre el tinglado Andrés Chadwick Costa -hijo del homónimo ex ministro del Interior e histórico de la UDI- y Juan Luis Ossa Santa Cruz -hermano del actual ministro de la Segpres, Juan José Ossa, e hijo de la historiadora Lucía Santa Cruz- miembros connotados de dos grandes dinastías del conservadurismo chileno.
Así, eludiendo por ahora los focos de la prensa, Chadwick Costa quedó al mando de la estrategia comunicacional de la campaña, y Ossa Santa Cruz en el apoyo a la generación de contenidos programáticos. Cualquiera de los dos, nuevamente en puestos claves, aunque lo quieran, no podrán decir que vienen de abajo como su jefe.
Siete cambios tiene la noche, repiten los viejos como en un mantra.
De aquí a noviembre, ¿sabrá la ciudadanía separar la paja del trigo?