Entre las muchas casualidades y extrañas formas del destino que se hicieron cuerpo el 11 de septiembre de 2001 en el atentado a las Torres Gemelas, la muerte de John Patrick O’Neill, encargado de seguridad del gigantesco complejo, debe ser una de las más retorcidas.
Antes de dedicarse a cuidar del emblemático espacio arquitectónico, O’Neill, había sido miembro del FBI y la persona que más cerca estuvo de cazar a Osama Bin Laden en vida.
La maraña burocrática, los celos enfermos y la mala leche, en definitiva, le impidieron a los norteamericanos obrar de manera práctica y prevenir un atentado que costó más de 3000 vidas.
O’Neill era uno de los que más sabía de las andanzas de Al Qaeda y su líder, pero le faltaban piezas del rompecabezas. Piezas a las que nunca tuvo acceso porque la CIA se las guardó, no supo interpretarlas o las olvidó en algún archivo.
El ex FBI falleció bajo los escombros de los edificios, que a su vez cayeron debido al ataque que perpetró Bin Laden a quien O’Neill había perseguido por años. Dos vidas y dos caminos paralelos que se cruzan de una forma increíble. Historia verdadera.
De todo modos, la idea del terrorismo como una amenaza de dimensiones colosales, no era un verdadero concepto en los 80 cuando comienza a gestarse la inteligencia sobre grupo extremistas en especial en Oriente Medio.
A lo largo de una extensa carrera dedicada a la inteligencia y análisis de datos geopolíticos, O’Neill, había terminado por entender que Bin Laden era uno de los personajes más letales del planeta. Sobra decir que por 20 años en Estados Unidos y sus gobiernos casi nadie tenía la más pálida idea de quien era Bin Laden.
En la figura del hijo de una familia millonaria, que se había hecho cargo de carreteras y hasta la reparación de los principales templos en Arabia Saudita, se conjugaban todos los verbos siniestros.
Fanático religioso, amante de la guerra, con acceso a algunos millones de dólares, suficientes para financiar aventuras costosas como los atentados a embajadas en Ke nia y Tanzaninay, por supuesto, el ataque a las Torres Gemelas.
El agente del FBI tenía una visión muy amplia de lo que significaba el terrorismo en el nuevo siglo: con acceso a fuentes inagotables de dinero e ideas estrafalarias acerca de donde golpear.
En el 2000 había investigado en persona en Yemen el atentado suicida contra el USS Cole. Una hecho «menor» que podría haber servido de pista para lo que se venía. Desde su oficina en Nueva York, O’Neill no dejó en insistir a Whashington que interviniera para contener el huracán por venir y ese huracán se llamaba Osama Bin Laden.
Pero O’Neill tenía muchas más cosas en la cabeza que Ben Laden. Tenía, además, dos matrimonios, una vida ostentosa y muchas deudas. Su salida del FBI significó un alivio para sus finanzas y al final de cuentas una reivindicación personal después de tanto trabajo frustrado.
En el medio de su agotadora rutina diaria, atravesada por los conflictos personales, O’Neill, perdió un maletín con información clasificada. Si, perdió uno de esos maletines del Súper Agente 86. Un detalle no menor que lo condenó dentro de la estructura, por las implicaciones y lo que mostraba, y lo consumió también a él.
O’Neill era brillante, gastador e impetuoso. Usaba ropas caras que no podía permitirse, hablaba fuerte, no tenía pelos en la lengua. Exigía atención porque sabía que algo grande podía ocurrir producto de la alquimia oscura del nuevo terrorismo.
Algunas de esas características fueron consideradas con el pulgar abajo en el FBI. Y así les fue.
Al marcharse del sistema de investigación Estados Unidos perdió también una pieza clave para anticiparse al brutal ataque en Nueva York. Un cerebro del contraterrorismo. Al parecer nadie lo entendió de esta manera entonces. Ya se saben las consecuencias.
Había comenzado a trabajar en el complejo el 23 de agosto de 2001.
Hoy la vida O’Neill ha sido revisada con buen criterio en la serie “The Looming Tower” (Amazon Prime), donde Jeff Daniels lo interpreta. Está basada en una obra maestra del periodismo de investigación del mismo nombre escrita por Lawrence Wright.
Sumar ambos contenidos no es una mala idea para conocer cómo se gestó hace muchos años la idea de atacar América, porqué “las torres”, cómo fue el proceso y cuáles sus actores.