Debo reconocer que una de mis rémoras nacionalistas consiste en seguir a los tenistas chilenos por los medios y en lo posible, ver sus partidos. Sufro menos, de todos modos, que el seguidor del futbol, que vendría siendo en esta lógica, un nacionalista furibundo, incluso un fanático gendarme de fronteras.
Con todo, sigo además, como buen adorador de elites, a quienes van arriba en la tabla. Desde hace un tiempo que sigo a Cristian Garín, tenista chileno que ha tenido algunos logros que lo ubican hoy como el más meritorio de los tenistas chilenos.
Rápidamente, los dos sentidos del título de este articulo; es un jugador que siempre batalla con su temperamento más que con su adversario. Y su temperamento se puede definir así; su sentido de la derrota y la frustración pende muy frágilmente de una pelota bien o mal puesta, carece del sentido estratégico del punto, por ello, suele ganar puntos increíbles y perder puntos imperdibles.
Es un jugador que fácilmente cae en desánimos que lo llevan a errar repetidamente y perder partidos que eran absolutamente ganables.
Lo de él tiene una fácil solución que viendo el tipo de coach que existen en el circuito, es muy difícil de advertir; los entrenadores insistirán una y otra vez en factores de la técnica del tenis, y lo de Garín, su solución, esta fuera del tenis. Solo se trata de meditar.
El debe meditar unas dos o tres horas antes. Eso es todo. Debe despejar su mente de manera decidida, de dudas, de otros pensamientos, de depender de su emoción para operar. Con ese agregado, le iría mucho mejor, y muchos como yo, veríamos mejorado nuestro pequeño vicio nacionalista.
Es posible, al decir de antiguos intelectuales, afirmar que esta actitud es posible verla más generalizada en el chile actual, es decir que forma parte de nuestra atmosfera actual. Es posible. Habría que investigarlo. Al menos en las imágenes de futuro de los chilenos que entregan las encuestas, lo que se ve es una actitud bastante oriental, los chilenos no se ven ni tan mejor ni tan mal, viéndose ellos mismos en el futuro inmediato.
Garín nos retrotrae, más bien al chile que era que al chile que es. El chile que era, era un chile perdedor. Perdió la revolución el 73. Pinochet pierde su idea de salvador de chile con los asesinatos que llevo a cabo. La economía perdió su capacidad protectora. En el deporte, como esencia finita del gran jugo, se ve la derrota como una costumbre.
¿Cuándo Chile empieza a ganar?. En primer lugar cuando una cantidad importante de chilenos empieza a comer cuatro comidas. En los tiempos más duros, era un desayuno liviano, de dieta, un almuerzo lo mas fuerte posible, y una once cena con lo que hubiera.
El cambio ocurre entrado los noventa –la gran borrachera del olvido-; los alimentos se vuelven más accesibles –seguro que estimulado porque el empresario veía que la siesta del obrero era básicamente languidez de falta de proteína y azúcar-, y las deudas más reales. El vestirse mejor también estuvo asociado a la baja en el precio de la vestimenta. Poder cambiarse zapatos regularmente se convirtió en un habito, y luego vino la necesidad de estudiar, aprender.
Bueno, los colegios, oportunamente tenían preparada la receta del esclavo –aprende y obecede- por lo que fue relativamente fácil educar masivamente a millones de chilenos en el turn off de la sociedad –prende; obedece, apaga; duerme-.
También el hecho que se descubrió que la mujer no solo servia para la cama y la cocina, que también podía ser explotada como recurso humano, hizo que el hogar tuviera más dinero para gastar.
Todo esto llevo más festejos a la vivienda chilena. En la noche de la semana se discutían las deudas y en la noche del fin de semana se festejaba con lo adeudado.
Se era más feliz?. Ciertamente que sí. Pensemos que la partisana que iba a morir fusilada en la Italia fascista, regocijaba su organismo respirando más veces porque se había atrasado su ejecución por cuestiones burocráticas; cualquier evento puede hacernos más felices, en cualquier contexto.
Ser feliz es también sentirse un poco ganador. La felicidad en cuanto bien escaso puede hacernos mirar hacia el lado mientras las hormonas internamente hacen su trabajo.
El voyeurismo morboso de mirar. La mirada como condena. Yo le digo a un amigo seguidor de un equipo europeo de futbol, que mejor no miro los partidos de su equipo, porque los miro y pierde. La mirada que arrebata el candor. Que vuelve conocidos a los pueblos, que escondidos, vivian su mejor paraíso.
Un tiempo –breve, afortunadamente- los chilenos fuimos excesivamente ganadores. Sentimos que podíamos conquistar el planeta, o al menos nuestro barrio regional. Pero el espíritu de pesadumbre, de nostalgia, del que habla certeramente Raúl Ruiz, siempre viene, de un modo misterioso, -pareciera de un pasado, pero intuimos que es siempre desde un lugar misterioso del presente-, a salvarnos diciéndonos esta frase tan chilena, “tese tranquilo don Javier, tese tranquilo”. Actúa como un agua que apaga el fuego, y lo devuelve a su brasa original; devolviéndonos a nuestra condición de país pequeño, con modernidad solida pero aun pequeña y de tribu fuerte.
Una sociedad se fortalece cuando en la percepción del habitante existe la idea nítida de que pareciera que todos nos conocemos. Eso viene de la tribu.
En la tribu todos se conocen de manera directa y profunda; todos saben quién es quién. No es posible el engaño, más que como un teatro. En la ciudad, esto es la convivencia de muchas personas sin tribu y otras tantas con tribu, la mascara puede operar a la perfección. Es más, constituye una competencia de pertenencia a esa sociedad-ciudad. “no puedes andar en la ciudad sin tu mascara”. Eres menos persona si lo haces, incluso te pueden encerrar.
Hoy en día despojado de muchas ambiciones –no fuimos campeones del mundo en el futbol- los chilenos corremos por carriles más lentos y antiguos. Estamos pensando en nuestra vejez, y curiosamente, cierto despojo que sentimos, nos ha hecho mirar mejor.
Hoy como nunca nos interesa la plaza, los pajaritos y de donde viene la luz que nos alumbra. Estamos infantilmente mas preocupados. Como niño con juguete nuevo.
Esto nos puede servir para darnos cuenta, pero no para resolver nuestros problemas. Hemos ensayado sacarnos nuestra piel de cordero, y vemos que nos da poder, pero que hay que volverse a ponerse la piel de cordero. De hecho ya no sabemos cuál es la verdadera, o quizás podríamos caer en la tragedia de comprender que no tenemos piel, que solo somos un cuerpo desnudo frágil, a merced del sol.
Encontrar nuestra madurez perdida, centrarnos e ir decididamente por lo que queremos constituirá el final de esta película llamada chile, que esperemos, tenga el final de película de Hollywood.