Chuck Palahniuk escribió “El club de la pelea”. Una historia ficticia, publicada en 1996, que seguramente muchos recordarán y que disparó una serie de clubes en Estados Unidos, tal y cual los describe el autor en su libro.
Por Claudio Andrade
Por si alguien se lo perdió, “El club de la pelea”, cuenta la historia de dos personajes que frente al hastío que les produce la sociedad moderna, su corrupción, mediocridad e hipocresía, se lanzan a la creación de un grupo de peleadores callejeros en los que los protagonistas deben darse maravillosas palizas a fin de expulsar el veneno que llevan dentro.
Y ese es sólo el principio de una gran historia que termina de un modo muy extraño.
En su adaptación al cine la película fue dirigida por David Fincher y protagonizada por Brad Pitt, Edward Norton, y Helena Bonham Carter. Se convirtió en un boom. Un flash. Un signo que terminó por definir la década de los 90.
Volviendo a Chuck.
Les dejo una definición de Alberto Fuguet -autor de “Mala Onda”, acerca de Chuck Palahniuk: “es ver videos porno y comer papas fritas en lugar de masturbarse. Es pagar con tu tarjeta Visa y no tener a nadie a quien llamar después. Palahniuk es la voz que eyacula la psiquis del American almost-psycho, del adicto a las adicción, del tipo que no necesita matar porque ya está muerto”.
De los varios pensamientos que despierta en mi Palahniuk, el que más me sobrecoge, el que más me hace temblar es el vinculado a la idea de que las acciones de sus personajes esconden un profundo aburrimiento. O mejor dicho, la conciencia prematura de la circularidad de la existencia: Si vamos es porque venimos.
Se vuelve uno fanático del cambio porque, quizás, las cosas no cambian en lo absoluto. Creemos comenzar aquello que ya hemos terminado. Empujamos lo que está abierto y deseamos lo que tenemos. Vamos hacia la conquista de una tierra que es la misma que pisamos.
La vida como un juego borgeano. Odioso y drástico.
Si no se le pone “onda”, lo cotidiano se transfigura en un cuarto asfixiante. Un sauna.
De modo que Chuck elabora una filosofía de la existencia detrás de cada libro y pone de ejemplo lo que las personas hacen para fugarse de sus prisiones individuales.
«El Club de la pelea» habla de tipos absolutamente normales, hasta positivos diría, pero en definitiva, perdidos en la locura de su monotonía. Ahí es donde el libro de Chuck comienza a volverse depresivo y revelador.
Atraviesas tu vida esperando a que una llamaba cambie tu estado de humor de normal a catastrófico: “Juan, tu padre ha muerto”, “Se viene un tsunami”. Pero cuando sucede, no te parece la gran cosa.
Kundera dijo algo como que la existencia no es el ensayo de una teatral. No, la existencia es la obra en sí. No hay otra oportunidad de hacer algo con tu vida que tenga sentido, que te deje un sabor en la boca, una vibración en los músculos.
Mientras tanto, te haces fanático de los videojuegos, o escribes un diccionario de los insectos, o te conviertes en yudoca o fisiculturista o corredor de maratones o punk rocker y atraviesas la barrera del dolor y la locura, con tal de no sacar la basura todas las noches antes de que pase el camión.
De todo eso habla Chuck. Acaso por esto su libro terminó estallando. Bueno, Brad Pitt no le vino mal tampoco.
No es la promesa de sexualidad la que mueve al hombre a cimas inconquistables. No es la pasión por el arte la que inspira al creador, ni la aflicción, al santo. Es el día a día que se presenta como un cuento que hemos escuchado antes y que necesita urgentemente una nueva trama y nuevo final.
Por sobre la pobreza, la miseria y la indiferencia, la civilización permanece aburrida esperando a que alguien, algo la entretenga. ¿O no explica esto el éxito de los mundiales de fútbol, las olimpiadas o el baile del caño de Tinelli? ¿O acaso las guerras no tienen en sus primeros días altísimos niveles de rating para luego irse hundiendo al último lugar de la tabla?
Chuck, el bueno y maldito de Chuck, refresca todas las pasiones, algunas muy tontas, que al menos tienen la virtud de evadirnos del reino del sopor que no pocas veces habitamos.