Claro que la industria del hidrógeno verde no es un bluff, pero tampoco es algo que la gente sienta como tangible o cercano. La magallánica María Isabel Muñoz, gerenta de la Asociación H2V Magallanes, debió salir al paso de diversas declaraciones, conjeturas, incertezas, y cuanto concepto se le ocurra o le parezca. Sus palabras en El Magallanes de este domingo no hacen otra cosa que dejar de manifiesto lo volátil de las sensaciones que se tienen respecto de una industria de la que se viene hablando hace cinco años aproximadamente, pero de la cual la ciudadanía poco y nada conoce.
Lo que hemos visto en las últimas semanas, meses y años, es a los ejecutivos hablarse entre ellos, y responderse entre ellos. Algunos medios se han prestado para entregar espacios a los dimes y diretes del pequeño grupúsculo, donde se deben leer justamente entre ellos mismos, y comentarse lo que dicen entre justamente… ¡Ellos mismos!
Y así, ha pasado el tiempo, y las oportunidades se han ido escurriendo entre las grietas que la misma industria ha generado, hasta el momento. Malas decisiones comunicacionales, y una lejanía con la gente que llega a dar un poco de temor, porque no se ve por dónde se pudiera arreglar este escenario si se sigue mirando a Magallanes con ojos santiaguinos, o con análisis de gente que ni siquiera vive en la región.
Muñoz tiene la característica del buen acercamiento y la claridad en sus palabras. Eso, seguramente podrá retrasar todavía un poco más, el que el escenario presente pueda sostenerse sin mayores daños de los que ha existen. Pero no será quien sea capaz de que los muros de contención puedan venirse abajo si no se entiende la urgencia de una vuelta de tuerca en el trabajo comunicacional.
Ya lo dijo ella para la prensa en papel: “Efectivamente, estamos atrasados. No decir eso sería una falacia». Pero aquello debe dividirse en dos partes a lo menos. La primera es absolutamente técnica, y tiene que ver con lo administrativo, con la «permisología», con las decisiones de la industria y los diversos proyectos que tienen la intención de desarrollarse localmente. De las dos almas del Gobierno, de la voluntad de las autoridades regionales, de las conversaciones sobre como afrontar la falta de infraestructura, de los proyectos y sus presentaciones, y de un largo etcétera más bien técnico.
Pero por otro lado, ese atraso se ha visto develado en cómo se han tomado determinaciones comunicacionales, y en sus cercanías con la ciudadanía. Con la persona de a pie. Con quienes deambulan por la región día a día por sus trabajos, responsabilidades, y cuestiones familiares. Ese vínculo es vital para que cualquier proyecto o industria se pueda asumir como tal cuando se llega a un territorio específico. Más aún al nuestro.
El hidrógeno podría ser visto por los magallánicos como fue vista la ENAP en la década del 80. Pero para aquello hay que tomar caminos con guías locales, primero que todo. El tiempo que queda por delante hay que aprovecharlo desde ya, y no seguir esperando análisis y estrategias añejas y externas que si fallan no tendrán vuelta atrás.
Todos deberíamos sentirnos cercanos a la industria del hidrógeno, todos tendríamos que sentirla como una puerta gigante que se abre. La ciudadanía debería estar absolutamente involucrada en el presente y futuro de los proyectos. Todavía no zarpa el barco de las oportunidades, aunque ya hay otros países más adelantados que nosotros.
Es tiempo de trabar la rueda y mirarse a los ojos, pensando en que así como vamos el camino se ve pedregoso e incluso de corto recorrido.
Es crucial hacer la separación entre lo técnico y lo humano. Porque las sensaciones y emociones en cuestiones de esta naturaleza llegan a tener la misma importancia. Y quienes no lo vean, tampoco verán concretarse sus ilusiones industriales. Mientras más seamos los conscientes de esta realidad, más rápido se podrá reaccionar.