Normalmente la entendemos como “ponerse en el lugar de otro” y, en realidad, no está tan alejado de su significado. “Pathos”, para los griegos, era dolor, padecimiento, penuria y, por supuesto, en nuestra sociedad existen muchos, miles, demasiados para mi gusto (y espero para ustedes también), que sufren y -dejando la condición de enfermo que es otra patología-, tristemente tenemos en nuestra Patria a quienes sufren y padecen día a día. En nuestra sociedad tenemos autoridades por doquier, donde usted mire, verá a alguno que se dice (o fue designado, peor aún), como autoridad que, también los griegos, definían como aquel que hace surgir, aumentar, progresar y, obviamente -y reconociendo a quienes salen de la norma-, nuestras autoridades dejan mucho que desear, no cumplen su rol de aumentar o hacer crecer ni menos tienen empatía, es decir, no se conduelen con el sufrimiento de sus pares. Voy a insistir en que existen excepciones y en buena hora las hay, pero la mayoría asume el rol de autoridad solo quedándose en un concepto errado, tergiversado y más que alejado de su sentido original. Veamos: las autoridades (¡qué bueno que se esté cambiando!), son tradicionalmente designados por otras autoridades superiores que -mañosamente y acostumbrados-, se repartían cargos según el gobierno de turno y sin mediar mérito, capacidades ni aptitudes, instalaban (nos imponían, por cierto), personajes de dudosas competencias que, de un día para otro, se erguían en los rectores de los destinos de todos nosotros. Con la democracia ganada con el costo de miles de muertos, pensábamos que -por fin-, tendríamos personas que nos harían progresar, mejorar nuestras vidas, aumentar nuestra condición de vida y encaminarnos hacia una vida decente, cuestión que la mayoría aún sigue esperando. Las autoridades de antaño nos ilusionaron con un arcoíris (que no sé quién -en realidad sí sé-), se llevaron para su casa. Luego llegaron otros hablando de democracia en lo posible, cambios, fin a la delincuencia (¡hummmm!, disculpen el sarcasmo), terminar con todos nuestros males y nos hablaron de educación, salud, vivienda, en fin (le suena conocido, ¿cierto?), y construyeron carreteras de lujo (que las entregaron a privados), vendieron cuánto se imagina al mejor postor y ahí estamos pagando el agua, luz, teléfonos, internet, transporte, todo, más caro de América y a veces del mundo. Se engolosinaron con el poder y se vendieron sin decencia ante quienes les ponían el fajo de billetes o ganancias personales y, también sin decencia, se olvidaron de las promesas y desfilaron ante nosotros las colusiones, los abusos, el atropello y nos impusieron como normalidad el cohecho, el fraude, el lucro descarado en todo. Mientras la desigualdad se instaló en Chile, nuestras autoridades (salvo excepciones, insisto), se “hicieron los suecos -qué culpa tendrán los suecos-, y dejaron que la indecencia galopara por nuestra tierra y tenemos que soportar (como tantas veces lo he dicho), que la justicia condene más el hurto de una gallina que el robo desatado de cuello y corbata que asiste (como terrible castigo) a clases de ética. Se perdió la empatía, pocos se conduelen de sus compatriotas y menos entienden que la autoridad está para hacer progresar a quienes dirigen. También, obviamente, es culpa de todos que -teniendo la oportunidad de elegir democráticamente a quienes nos dirigen-, nos quedamos en nuestras casas, no votamos porque “igual tengo que ir a trabajar mañana”, le damos el voto al que llega con la torta para el bingo, a quien paga de cuando en vez nuestros consumos o nos entrega un regalo cualquiera por el voto. No analizamos, no pensamos ni menos sopesamos, que no se trata de elegir al más simpático, al mejor compañero del curso, al empleado del mes o a quien “porque tiene plata, no nos va a robar”…Imagino que entiende -después de tanto tiempo-, que no es así y que cada vez que nos vence la apatía, el desencanto o que elegimos al “simpático” del mes o el mal menor (terrible este argumento), seguimos padeciendo, sufriendo y el dolor seguirá existiendo. Empatía es ponerse en el lugar de otro, está bien, pero más que eso (recuérdelo) es el que entiende y se compromete realmente con el dolor del otro y si no entendemos que la autoridad es el que hace crecer, seguiremos ante el espectáculo patético (doloroso) de tener autoridades que no están ni ahí con nadie, salvo de sí mismos. Sigamos cuidándonos del bicho, pero evitemos el bicho contaminante de elegir a quienes no se lo merecen.