Con sus trece horas de diferencia, los Juegos Olímpicos Tokio 2020 -realizados por razones sanitarias este año- nos han hecho trasnochar a quienes disfrutamos con el esfuerzo humano desplegado para cumplir las metas que imponen a los atletas cada una de las disciplinas.
Puede ser que esté equivocado, pero desde niño he sentido que esa fiesta deportiva es el reflejo de lo mejor de nuestra especie, que durante diecisiete días pone ante nuestros ojos los valores superiores del espíritu olímpico: fraternidad, alegría, paz, comprensión y tolerancia mutua.
Es como si durante tres semanas el mundo fuera otro, un poco mejor. Ese sentimiento es utópico e irreal, me dicen los escépticos de siempre, los que transitan por la vida con los dos pies bien puestos sobre la tierra, y que no se permiten el más mínimo vuelo.
Está bien se los concedo, soy un soñador. Me gusta creer que una nueva conciencia es posible de alcanzar, aunque la vida -o quienes la protagonizan-se encargue de mostrarme a cada segundo su rostro más feroz y salvaje, como el que han sufrido los candidatos a ocupar el sillón presidencial Gabriel Boric y Yasna Provoste, que han sentido el rigor desenfrenado de sus detractores en el recinto penitenciario Santiago 1 y en una feria de la populosa comuna de Puente Alto.
En su carrera a La Moneda, tanto el magallánico como la vallenarina, se han desplegado en búsqueda de los votos que requieren para lograr el objetivo mayor de liderar a Chile en los próximos cuatro años, pero en su afán no han calculado los riesgos que implica saltar a una cancha plagada de obstáculos, con un público hostil y poco receptivo a los políticos tradicionales.
De aquí a noviembre, mes de elecciones, los asesores de todos los aspirantes, cuyo número aún no es posible determinar con certeza, deberán aguzar sus sentidos para sintonizar con el clamor de la ciudadanía, que comenzó a impacientarse nuevamente con los frecuentes yerros en que incurre la clase política, que continúa haciendo como si nada hubiera ocurrido desde el 18 de octubre de 2019.
Lo primero que deben saber, señoras y señores, es que no existen las carreras corridas, como bien quedó demostrado en las primarias de Apruebo Dignidad y Chile Vamos; que el consabido refrán hípico “caballo bueno repite”, no aplica en las actuales circunstancias de crisis y deberán trabajar más, mucho más, para convencer al electorado post estallido social.
Para ello, no es necesario que consulten al oráculo o intenten leer el futuro en la borra del café, sino algo bastante más simple, pero en igual medida complejo de asumir por quienes vienen observando hace bastante tiempo la cotidianidad de su país desde sus altos atalayas: escuchar los latidos de la sociedad.
Sin el ánimo de justificar la violencia física ni verbal, el combo que recibió Boric de uno de los presos de la revuelta, no es gratuito, tampoco lo son los improperios contra Provoste en la feria sabatina. Ambas situaciones son la reacción de un pueblo cansado de tanta injusticia y arbitrariedad, al que continúan intentando engañar y esquilmar con sus truquitos de mago venido a menos.
Es bueno que sepan, antes de que continúe creciendo el abismo, que estamos en medio del ojo de la tormenta, que la calma es solo aparente y que ya comienzan a aparecer las señales más que evidentes de la pesadez atmosférica que precede a la caída del rayo. No lloriqueen después sobre la leche derramada. El tiempo se agota y la impaciencia asoma.
Desde esta columna de a pie, les sugiero ver la televisión, con la libreta a mano, para anotar las historias de vida de los deportistas olímpicos. Ahí está lo mejor del espíritu humano, todo lo que necesitan saber para representar los anhelos de la gente.