«Serotonia»: cómo escribir la novela más pesimista de la historia

3 de agosto de 2022

Hay libros que invitan al abismo. Por ello es que provocan una risa cómica, medio delirante, gastada por el viaje.

Cioran hizo de su pesimismo una forma de comedia. No se podría argumentar que el filósofo rumano tenía alguna manía optimista en sus bolsillos. Su obra está cruzada por una visión oscura, dramática y, en, cierto modo, voluptuosa de la realidad.

Llorar si, pero como un santo. Sufrir como un santo, morir como un mártir. Aunque al final, todo queda en una broma.

Pero no veníamos a hablar de Cioran sino de otro depresivo crónico como es Michel Houellebecq y su novela “Serotonina”.

Sin entrar en controversias, se trata de unos de sus libros más cargados de sabiduría del autor francés. Como si Houellebecq hubiera retomado todas sus visiones, obsesiones y mitos personales para componer una obra que se desplaza entre el sin sentido de vivir y el largo aprendizaje amatorio que hay en medio.

Con suerte se encuentra el amor y el desamor en más de una ocasión en esta existencia vacía, nos recuerda Houellebecq.

Lo demás es pasajero y extraño: el trabajo, la plata, los sueños, los deseos de grandeza. Para el escritor estamos condenados a una esperanza que pierde sus alas a poco de emprender vuelo.

La decepción y la resignación son tan típicas en las personas tanto como la ropa o los celulares. Existir es perder algo o mucho a medida que se avanza.
A los tropezones las cosas continúan su rumbo. Somos derrotas ambulantes, asegura Houellebecq, y a la vez esta certeza nos vuelve más livianos. La derrota nos quita un peso de encima.

No hay más gloria que la que imaginamos allá lejos. Y lo lejos es predecible: será un quiebre. Un no.

En un paralelo algo delirante, uno debería ubicar al personaje central de “Serotonina” junto a la figura de un samurái. El guerrero japonés no discute la muerte, no transa con ella, al contrario la tiene tan presente que se vuelve una compañera ineludible.

Cuanto más consciente de su destino, más letal es el samurái.

Pero el funcionario aburrido de sí que retrata el francés no es un luchador de espada filosa. Es, digamos, un testigo crudo, visceral y elegante, que dice lo que dice porque sabe. Entró a la iluminación por una ventana abierta. Por un pasillo en penumbras.

Como un bufón que saborea el remate del último de sus chistes. En el remate, él todavía respira.

Escrito por: Redacción Zona Zero