«Soñar no cuesta tanto, cuando tienes con qué pagar el sueño. No soy de aquí, ni soy de allá, decía en su tan lacónica cómo brillante canción, el gran Facundo Cabral.
La historia del abogado que sirvió a la élite, mientras en su cabeza habitaba la fantasía de que era parte del grupo para el que sólo era un instrumento. Pasa con el que se vuelve loco porque su saldo, súbitamente supera los 6 dígitos y esa plata se la debe a la élite. Pasa con el que obtiene una tarjeta de crédito de color negro y trabaja 20 horas para pagarle a la élite. Pasa con el cuasi propietario que debe el hipotecario a la élite y que después de varios años, todavía no es dueño ni de la chapa de la puerta. Es que se la debe a la élite. Pasa con el que cree que comparte espacios con la élite, sin asumir que esta no tiene rostro, sólo lacayos. Pasa con el que paga en cuotas, el que viaja a crédito y el que gerencia con orgullo y rasca altanería lo que nunca será propio. Pasa en la ciudad, en el campo, en la montaña y en el lago. Mueren arriba de sus helicópteros, navegando en sus yates o infartados en secretos bacanales. No saben de formalizaciones, prisiones preventivas, ni mediáticas audiencias. Para eso están los gomas que fantasean con sus privilegios, con sus lugares, sus fragancias, sus nanas, sus iglesias, sus escuelas, clínicas y universidades.
Cuando ganan, festejan de Las Condes hacia arriba, mientras el que se hace la manfinfla con sus acaudalados presentes y lujosos pasares, no tiene día suficiente para acompañarlos en su alegría, después de mamarse 8 horas en micro, entre ida y venida. Son privilegios ajenos los que están en peligro, los súbditos, hijos de la cargología y el puesto, nunca lo entenderán.
Tenían a su Rottweiler. Un tal Hermosilla. Un hombre corriente y pedestre qué apuntó alto, pero no lo suficiente. Pobre tonto, ingenuo charlatán, fue paloma mientras soñaba con ser gavilán. Razón tenía Pablo Abraira.
No es de ellos, es funcional a ellos, que es re distinto. Le prestaron el yate en comodato, pero es de ellos, igual las putas, la falopa y todo lo restante. Le prestaron el joystick un ratito. Lo dejaron fantasear.
Villalobos y Hermosilla. No tenían por dónde».