No nos extinguirá el cambio climático sino la estupidez del “ecofanatismo” (Por Claudio Andrade)
Al final de los tiempos nos nos extinguirá el cambio climático sino nuestra propia estupidez como especie.
Desde que el modelo progre/woke se instaló como una verdad en el mundo, muchas otras verdades, presuntamente derivadas de su estatura moral, se han instalado en la sociedad generando un auténtico retraso que nos lleva al medioevo y si es posible 10.000 años más atrás.
Grupos de fanáticos convertidos en organizaciones de poder gracias a los dineros entregados por fundaciones que a su vez administran otros iluminados multimillonarios (los datos existen y son superadores de cualquier idea de conspiración), instalaron que la energía nuclear destruiría a la humanidad, y con el tiempo fueron sumando en la lista a los transgénicos, la acuicultura, la minería, el hidrógeno verde, y ya que estamos, el 5G y los centros de datos.
Todo ello es incompatible con su idea de que las personas debemos limpiarnos nuestras partes íntimas con las manos y hojas secas después de hacer nuestras necesidades.
El discurso ecofanático alberga numerosas contradicciones como que estas banderas se levantan habitualmente en redes sociales mediante la utilización de celulares de última tecnología. Celulares que necesitan fábricas, energía, operarios. La dicotomía es también su credo.
En definitiva, se trata de una religión hipócrita o de un conjunto de pensamientos poco serios donde además se suman conceptos propios de la New Age. Aunque la New Age y sus protosabios ya habían comenzado a descascararse desde hace unos 10 años, cuando los comenzaron a pulular los documentales que revelaban los comportamientos poco éticos de numerosos gurúes, asociada al medioambientalismo, más extremo alcanzó nuevamente el estatus de “ideología” potable.
En Chile durante 2024 se fugaron más de US$ 2000 millones en inversiones, sobre todo en la actividad forestal, que buscaron mejores condiciones en Brasil. La Patagonia argentina ha sido el centro de debate de proyectos en energía nuclear, minería, represas, hidrógeno verde por unos USD 30.000 millones que nunca llegaron a concretarse.
En 2024 manifestantes antiminería incendiaron la Casa de Gobierno de Chubut cuando se anunció la Ley de Zonificación Minera. Chubut tiene más de 115.000 pobres. En 2021, Tierra del Fuego prácticamente prohibió toda la actividad salmonicultora en la provincia argentina. Una provincia que alcanzó los 90 mil pobres el año pasado (nuevos datos del INDEC situan en la mitad a este número en 2025).
En Magallanes el rechazo por el hidrógeno verde sumado a una permisología asfixiante no está justamente ayudando a la industria. Y son conocidas las numerosas trampas que ha debido sortear la salmonicultura para mantenerse con vida. El gobierno de Gabriel Boric arrancó decidido a terminar con el sector de las reservas, generando así un espiral negativo que habría afectado miles de puestos de trabajos.
La supuesta protección del medioambiente, la reivindicación de los pueblos originarios, el impulso a quehaceres artesanales por encima de cualquier otro desarrollo, la intervención de ONGs extranjeras influyendo en la redacción de leyes anti salmones o anti inmobiliarias o anti mineras, todo eso lo hemos visto pasar como un tren furibundo que no logró aun todos sus objetivos. Argumentos que hablan de una cosa cuando, en realidad, quieren otra muy distinta.
Cae de maduro que ciertos sectores imaginan una Patagonia desolada sin personas y si es posible imaginan países enteros como Chile, dedicados al turismo, cierto turismo, y con escasas iniciativas comerciales.
Lamentablemente para ellos Chile es un país esencialmente capitalista que debe a su ambición su propio desarrollo alcanzando los US$ 100.000 millones en exportaciones de los cuales US$ 6500 millones son por la salmonicultura.
